"Cuestiónalo todo, incluso a mí""
¿Hasta dónde pueden dañar los consejos de influencers sin formación médica a quienes no distinguen la verdad de la mentira, como vimos durante la pandemia de COVID-19? En un pacto social, la verdad entre los seres humanos y, aún más, en sus instituciones, debe ser el cimiento sobre el cual se edifican la confianza, la gobernabilidad y la cohesión social.
En el ejercicio de mi labor como divulgador de temas públicos, como lo hago al escribir esta editorial, he constatado que vivimos tiempos de sobresaltos informativos. El auge de los contenidos digitales, particularmente en redes sociales, ha amplificado tanto el acceso a la información veraz como la circulación de noticias falsas, medias verdades y desinformación que amenazan la salud de nuestra democracia y el bienestar colectivo.
Los hallazgos de la reciente "Truth Quest Survey" de la OCDE , que analizó la capacidad de más de 40 mil personas en 21 países -incluido México- para distinguir contenidos verdaderos y engañosos en línea, nos ofrecen datos inquietantes y útiles para el diseño de políticas públicas. El promedio global: los adultos logran identificar la veracidad de informaciones en línea apenas el 60% de las veces. En México, este desafío se acentúa por nuestra alta dependencia informativa en redes sociales: más del 85% de los mexicanos reconocemos que a menudo recibimos noticias a través de estas plataformas, superando incluso a varios países latinoamericanos y europeos.
¿Qué consecuencias tiene esto para nuestra vida pública? Primero, genera una paradoja: mientras nuestra confianza personal para reconocer información engañosa en internet es elevada, los datos demuestran que esta seguridad no se traduce necesariamente en capacidad real para diferenciar lo verdadero de lo falso. De hecho, el estudio revela que quienes se sienten menos confiados tienen resultados tan buenos como quienes afirman estar seguros de sus habilidades, poniendo en entredicho la utilidad de las encuestas de percepción como único mecanismo de diagnóstico.
La desinformación, la propaganda y la sátira digital son las formas más difíciles de detectar. El estudio de OCDE muestra que, en promedio, los contenidos satíricos son los más fáciles de identificar como falsos (71%), seguidos de la desinformación (64%) y la propaganda (58%); mientras que la información verdadera, así como la descontextualizada y la simple tergiversación, resultan ser las más confusas para el público general (54%-56%).
En la esfera sanitaria, la desinformación durante la pandemia mundial de COVID-19 nos mostró la cruda realidad de los daños sociales que puede causar la proliferación de contenido manipulado e impreciso. En México, los rumores sobre vacunas, tratamientos milagrosos y supuestas conspiraciones no solo generaron confusión, sino que impactaron negativamente en la toma de decisiones, poniendo en riesgo la salud de personas y comunidades enteras.
La evidencia internacional y local es inequívoca: la desinformación contribuye a la polarización política, debilita la confianza en nuestras instituciones, y puede poner en entredicho derechos fundamentales como el acceso a una atención médica basada en evidencia.
¿Qué podemos hacer frente a este reto? La educación y la alfabetización mediática se vuelven indispensables. El Truth Quest Survey muestra que quienes cuentan con mayor nivel educativo e ingresos tienen mejores resultados para discriminar la veracidad de la información. Esto demanda programas y estrategias nacionales que fortalezcan el pensamiento crítico desde la educación básica hasta la universitaria, e incluso en la capacitación laboral. Pero también exige que los medios y las plataformas tecnológicas asuman su responsabilidad social, promoviendo mecanismos de señalización o etiquetado de contenidos generados por inteligencia artificial y reforzando la transparencia.
Un hallazgo particularmente relevante de OCDE es que la información generada por inteligencia artificial, aunque a menudo es vista con sospecha, resulta más fácil de identificar como verdadera o falsa que la producida por humanos: los participantes acertaron en el 68% de los casos frente a solo el 60% con contenido humano, lo que abre nuevas rutas para explorar la regulación y uso seguro de herramientas de IA en la producción y circulación de información pública. En México, urge avanzar hacia políticas que regulen la “marcación” de contenidos sintéticos y se incentive el desarrollo de competencias digitales en toda la ciudadanía.
Hoy más que nunca, la verdad debe ser el principio rector de cualquier pacto social. En momentos en que la información falsa puede viajar más rápido que la verdad, nos corresponde -como personas y representantes- regenerar la confianza, fortalecer la evidencia en la toma de decisiones públicas y defender, sin claudicar, la transparencia y el acceso libre a información confiable. En un México plural y democrático, la verdad no solo debe prevalecer: debe ser la materia prima sobre la cual construimos futuro y bienestar para todos.